Desde el Castillo de Glarester y con motivo de la remodelación de las bodegas (había que quitar la biblioteca pero es más importante un buen vino que un buen libro, incluso lo es más un mal vino que un buen libro) hallamos algunos de los cuadros perdidos durante las obras de construcción del alcantarillado.
Estas pinturas pertenecían a la colección particular del barón Abu Von Lafia, héroe en la batalla de Trafalgar (Nos referimos a Trafalgar Square, el día aquel que hubo una final entre las selecciones de Gales e Inglaterra; fue él quien consiguió salvar una papelera de ser quemada aún a riesgo de perder su perilla en la contienda) y que se había dado por desaparecidas.
Tras horas y horas en manos de expertos restauradores (son los mismos que maquillaban a Sara Montiel) se han podido recuperar algunas de estas excelsas y antiguas obras de arte que hoy tenemos el gusto y el placer de exponer en esta sala especial abierta para la ocasión.
Esta exposición itinerante no se moverá del sitio hasta el día en que algún desaprensivo la queme, triture, repinte, le eche ácido o peor aún, se decida a comprarla.
En su juventud, el barón, solía faltar a demasiadas clases -excepto las de baile- y refugiarse en los pasadizos secretos que poblaban todo el Castillo de Glarester (hoy Museo Nacional). Dado su alto egocentrismo en aquella época fue capaz de llamar al pintor de la corte para que le plasmara en uno de sus pasillos preferidos, el que iba desde La taberna de Chez Mariposa hasta sus propios aposentos.
Ese pasadizo alberga hoy la mayor colección que existe en el ducado de objetos inservibles y colillas mordisquedas. Dice la leyenda que en ese lugar se aparece el barón las noches de luna llena a medianoche para reclamar cierta cantidad de libras glaresterinas que dejó a deberle un pastor amigo suyo con el que compartía alguna juerga.
Tras ser echado del Colegio Mayor de las Glaresteritas Desclazas, el barón se dedicó a la buena vida. No pocos eran los maridos que habíanle perseguido, amenazado, insultado (algunos ofrecido dinero para que se llevara a su suegra) y hasta desafiado. ¿Los motivos? No se sabe y pensamos que jamás se sabran, envidias sin duda alguna.
Otro de los grandes misterios (a parte de dónde guardaba las llaves de su casa observando su vestimenta) es de quién le inmortalizó en semejante postura. Algunos defensores de pro querían quemar este cuadro pero las fuerzas de izquierda se quejaron al ministerio del mocho que… consiguieron evitarlo.
Cierto amigo y consejero que ejercía de cura durante el día en la iglesia y en los prostíbulos por la noche le aconsejó que cambiara su vida, que la cosa así no podía seguir. Le atormentó día y noche con consejos y amenazas sobre las piernas de… digo las penas del infierno hasta que von Lafia no tuvo más opción que tomar los hábitos o apuntarse a la Legión Glaresteriana por un periodo no inferior a cinco años.
La decisión fue dura pero la alternativa estaba clara y nuestro insigne barón se alistó al día siguiente.
Destacó en varias batallas y obtuvo el grado de cabo en tan sólo cuatro años y medio.
Estaba a punto de ganar medio galón más cuando cierto general -más envidias, claro- le persiguió por todo el campamento hasta que consiguió que el barón regresara a Glarester.
La armadura pudo conservarla pero aún años después tenía que esconderse cuando las tropas regresaban al ducado. El general, por pena de su ausencia suponemos, se divorció un día después.
Debido a que había ganado algunos kilos de peso por su apacible estancia en el castillo, se apuntó a un gimnasio -local nuevo en la época y que aún hoy no se sabe seguro para que servía- y descubrió una de sus grandes pasiones; el levantamiento de peso. Quizás debido al esfuerzo y a que casi tiene que desposar a Doña Felisa de Cifuentes y Garnacha, el barón abandonó ese deporte cierto tiempo después y se mudó al Castillo de Glarester que recién había heredado de su no menos famoso tío el marqués de Werjhamia.
La azarosa vida de von Lafia transcurría apaciblemente hasta que los varones -que no barones- del pueblo notaron que sus bolsillos se vaciaban mientras que las arcas del castillo aumentaban al tiempo que todos sus hijos se parecían entre sí y todos sin excepción lucían la característica perilla. También de allí tuvo que marchar pero no sin antes esconder su valiosa colección de cuadros en los pasadizos del castillo.
Durante el tiempo que pasó en la Isla de Sálvora, donde nadie le conocía, aprendió a pintar y pudo dedicar el resto de su vida a este noble arte. No se han podido hallar cuadros de esta época aunque los eruditos aseguran que jamás pintó una sola naturaleza muerta y que le atraían mucho más las vivas, pero que muy vivas.
Dice la leyenda, pues jamás se halló su cadáver, que por un pacto con el diablo se hizo inmortal y que hoy en día trabaja en un ministerio aunque es incongruente con la de que se aparece en cierto pasadizo del castillo. Algunos entendidillos observan que quizás sea un ministro de Hacienda y no un fantasma aunque pocos notarían la diferencia.