Capítulo II by Abulafia

Gonzala abrió un ojo, luego el otro. Miro con cara de inocente hacia los cortinajes, con miedo creciente como la nariz de Pirx cuando habla de amor, pero ya nada había allí. La figura alta que cuchillo en mano había asustado a Gonzala había desaparecido como desaparecen las libras glaresterinas en la Posada un viernes por la noche. Se incorporó como pudo -que ya es mucho- y de un vistazo se convenció que no había nadie allí; la Lista de Posada seguía tan vacía como un hogar de familia numerosa el día que se piden voluntarios para la limpieza. Un ruido extraño se oyó en la bodega.

– Quizás se trata del Asaltante de las Cortinas -susurró nuestra heroína (prohibido esnifar/chutar)- Hoy no es mi día.

Gonzala se quitó los zapatos para poder acercarse a la puerta y salir de allí sin ser oída por el merodeador. Automáticamente las flores de un jarrón cercano se pusieron más mustias que el bigote de Patán cuando yahoogroups le envía la factura por los envíos de mensajes. Un fuerte olor, digno de la película «El Exorcista» envolvió toda la sala. -música de tensión de nuevo-. Algo extraño sucedía allí, acaso estuviera la Lista de Posada poseída por los espíritus, y sin haberse dado de alta!!. ¿Sería un fantasma lo que ella vio tras los cortinajes? ¿Utilizarían la Lista de Posada para hacer aquelarres los viernes por la noche? ¿Ganará el Madrid la liga? ¿Si un mensaje de la lista tarda en llegar más de quince minutos te cobran la mitad como en las pizzas móviles esas? Se puso aún más nerviosa y para calmarse mientras se acercaba a la puerta de salida se puso a recitar en voz baja la lista de los reyes godos. Cuando estaba a punto de alcanzar el pomo, pasó lo inesperado, lo que no contaba, lo que más temía: no la recordaba entera, sólo se acordaba de Roderico, Recaredo y Wamba!!! Estaba perdida, tendría que volver sobre sus pasos y pensar en otras cosas que recordar para no ponerse nerviosa. Retrocedió hasta el ventanal y tras meditar un poco, unas tres horas y media, acordó consigo misma ella para sí, que para no ponerse nerviosa en el trayecto hasta la puerta recitaría «Martín Fierro». Empezó mientras se deslizaba suavemente pero al llegar a la puerta:

-Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.

Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento
Que voy a cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a Dios que me asista
En una ocasión tan rud…

Cuando su mano estaba ya cogida (agarrada en argentino) a la manilla sólo llevaba estos versos y cualquiera que tenga dos dedos en la frente, a parte de ser un monstruo, sabe que Martín Fierro tiene un total de 7.210 versos. Estaba atrapada, jamás saldría de allí.