
Capítulo III by Abulafia
..En las bodegas de La Lista de Posada la figura del Merodeador (no confundir con moderador) se arrastraba haciendo eses, más de un barril había sido vaciado ya pero quedaba una larga ristra todavía. Oyó éste un ruido a sus espaldas y se giró con gran velocidad. El ruido, semejante a un ñieeeeeeeck, ñieeeeeck se dejó oír otra vez (no sé cómo lo iba a impedir). Más giros, más ruidos. El Asaltante de las Cortinas enarcó las cejas a pesar de la oscuridad y se dio cuenta que era su propia zona lumbar la que graznaba de tal manera. Ya no tenía edad para ciertas correrías (¿correrías? pues corre, corre, por mí no te prives que eso es muy sano para la salud. Luego un poco de tenis y…).
La puerta del final de las escaleras se entreabrió como los labios de una actriz ante su primer papel (no entremos en detalles) y una rendija de luz iluminó los escalones (la poesía es lo mío, hay que reconocerlo). Mero (Merodeador pero ya hay confianza) intentó esconderse entre dos barriles de Absolut y Passport (pregunta: ¿a quién pertenecen?. Envíe un SMS a Pirx69 o a AnnnnnnnRoja para participar) con la seguridad que el séptimo de caballería había llegado a la Lista de Posada y que estaba atrapado. Una figura bajó lentamente por las escaleras y se acercó a los barriles, directamente hacia Mero. Éste temblaba como Tropo cuando tiene que peinarse y sabe que algún cabello más de los ya escasos le abandonará por un peine.
– Hola, buenas -dijo el recién llegado- ¿es usted la señora de la casa?
– ¿Yo? ¿señora? Este, ejem, pues… bueno, yo… estooo, ejem, pues sí, sí, claro, la misma que viste y barre -Dijo Mero aflautando la voz-
– Estupendo señora, soy portador de buenas noticias. Ha sido usted elegida en nuestro concurso, es la única, repito única ganadora junto a dos mil trescientas más. Eso le da derecho a comprar nuestra «Enciclopedia Sexual del Grillo y el Calamar». Caramba, no sabe la suerte que tiene usted.
– Oiga que yo no quiero comprar nada. Yo estaba aquí, escondien…. pasando el plumero a los barriles tan tranquila y…
– Pero señora, usted no se da cuenta. Esta oportunidad no le llega a cualquiera.
– Ya, ya, lo imagino pero es que yo…
– Y si se enteran sus vecinas se reirán de usted!! -dijo el vendedor alzando la voz como cuando el luchador de sumo pisó un anca de nuestra querida ranita- ¿Me entiende? SE REIRÁN!!
Mero, que temió ser descubierto por el griterío del fastidioso vendedor accedió a comprarle la enciclopedia, dos bolígrafos, un par de calcetines, cuatro alfombras orientales, un espejo-talismán y ocho paquetes de fideos de los gordos. Al menos así se callaría y se iría. Formalizada la transacción, Mero escuchó atentamente en dirección al piso superior para ver si había moros en la costa. No, no los había, Patán se había ido de vacaciones y en la Lista no había más moro que él (que nosotros sepamos). Comenzó a subir por la escalera (a subir para arriba, que dice más de uno y más de dos) lentamente, tenía que terminar lo que había venido a hacer y Gonzala aún estaba por allí. En ese momento notó que su daga había desaparecido, estaba tan desarmado como Piko cuando se quita la dentadura postiza, como lady Mirella sin sus macetas, como Coren sin su bigote, más aún, como ¡¡Clarín en una iglesia!!.
La intriga estaba servida y la cena se enfría.