Capítulo IV by Clarín
– Coñón, que calor hace en este melonar. Para que luego digan que los árboles frutales dan buena sombrita. Y apenas me queda nada de las dieciocho arrobas que me traje la última vez que pasé por la posada. Lo mismo voy y me acerco a ver qué trajinan por la ciudad.
Clarín, harto de comer queso y vino avinagrado, harto de rascarse los sudores de la entrepierna y harto de hablar con la única oveja que había sobrevivido al calor de los cojones, cogió el zurrón, le afeitó la barba, lo volvió a dejar y se fue vía Alpargata hacia Glarester City.
En llegado que fue a su destino, asombróse en primer lugar de no encontrar ni una puñetera rata por las calles. En segundo lugar, de ver en la misma plaza del Palacio Ducal una espantosa oficina con un letrero más dañino que el sol que rezaba «Duval Pessho Tours». En la puerta había otro letrero: «Todo vendido».
– Estos joios de la capital es por donde les da, coño. ¿Qué te apuestas que no hay ni Cristo (ni su representante en estas tierras) en la Posada?
Y así parecía. Clarín, que había hecho todo el trayecto buscando hasta la sombra de los canalones, se encontraba ante la puerta de la añorada tasca chorreando de sudor como Patán cuando pasa cerca de un estanque o el curilla cuando pasa cerca de un estanco.
– Y bien, digo yo que el vino no se habrá ido de vacaciones [está claro que lo de Clarín no son los chistes]. Si no hay nadie a quien pagarle no se trata de un hurto: se trata de mercancía fiada. Todavía puede que me salga barato el viaje…