Capítulo V by Abulafia

More subió hasta el final de la escalera. Aparentemente había una absoluta paz y tranquilidad, todo estaba a oscuras y era, por fin, la ocasión ansiada.

Silenciosamente, como ya era habitual en él y en cualquier merodeador que se precie, recorrió todo el piso superior. La molesta Gonzala no estaba o no se la veía. Un crujido se dejó oír como se deja crecer una barriga, lentamente, sin darse cuenta. Mero giró la cabeza trescientos ochenta grados -quizás alguno menos- en dirección al ruido. Pudo ver con casi claridad una espantosa visión que le congeló los juanetes y le puso EL pelo de punto, sí su único pelo se puso en estado eréctil y hasta onduleó antes de volver a caer en la lisa cabeza. Una fantasmal figura estaba plantada delante de él. Era algo horrible, una figura casi humana pero que en lugar de cabeza tenía un barril de vino. Hacía ruidos espantosos, surgidos sin duda de la más fría de las ultratumbas. Calzaba chanclas y se balanceaba al ritmo de un incesante gorgoteo. Mero abrió los ojos tanto como un indio al encontrarse por primera vez con un conquistador español, abrió los ojos como abre sus brazos un padre ante el hijo pródigo -bueno, un brazo, porque el otro esconde el garrote que ha de aclarar ciertas cuestiones económicas-.

El fantasma hizo un gesto y se despojó del barril que hacía las veces de cabeza dejando a la vista otra visión, si cabe, más espantosa. Una roja nariz y unos ojos perdidos miraban a More en estos momentos con cierta extrañeza y sorpresa:

– !Albanel! -dijo la aparición de roja nariz mientras intentaba fijar la vista en el onduleante pelo-.
– ¿Clarín? -contestó el uni cabello caballero- ¿Clarín amorrado a un tonel de vino?
– Yo, hips, mizmo. No estaba hurtando, estaba pidiendo prestado un traguito pero como, hips, no había nadie por aquí. Pues se trata de mercancía fi…
– Fiada, interrumpió Albanel, ya, ya. Lo leí hace poco eso. Así que aprovechando que nadie había…

Ambos se miraron fijamente a los ojos -Clarín un poco menos debido al puto barril del mierdoso vino que porculea al pobre obrero- y con ciertas desconfianza.

Se hubiera vuelto a oír música de tensión si no se hubiera rallado ya el LP de tanto ponerlo en este relato. Ya sólo nos quedaba uno con música de bandas de pueblo y el himno fallero pero no nos pareció adecuado y optamos por un canicular silencio. Alguien nos dio la idea de colocar aquí un verso pero como estaba escrito en glaresterita antiguo no se habría entendido en su rotundidad. También se nos ocurrió y así lo hicimos, lo de colocar un jarrón de porcelana con flores robadas a Lady Mirella. No es un adecuado substituto de la música pero al menos le daba cierto color a la cosa.

– ¿Y tú qué haces aquí, nubero? -dijo el rojillo Clarín-.
– Bueno, yo, ejem, pues, estoooo… verás, que como no había nadie en la Lista de Posada, me dije, así de pasada; ¿por qué no ir por allí a limpiar un poquito? y en eso estaba cuando apareció Gonzala. Yo estaba limpiando cristales, a escupitajos, claro, que llevan zumo de berberecho y los deja limpísimos y llevaba un cuchillo para rascar las, ejem, las esto, bueno, ya sabes, esas cositas que las palomas mensajeras dejan y que no son precisamente sus mensajes. Con la daga los rasco y así salen mejor. Se asustó la zagala y yo más que ella. Temí que me acusaran de algo y me escondí en el sótano, que por cierto hay que ver que caro me ha salido el escondite.

– Hum, ya, claro, claro -intervino Clarín algo amoscado-. Tienes vacaciones y se te ocurre venir a limpiar, claro.
– Sí, sí, de verdad. Yo ni siquiera sabía que quedara vino aquí. Y hablando de eso, ¿qué haces tú aquí?. A limpiar también, claro.
– Coño, es que en el pueblo me aburría y como en los joíos de la capital no están, pues me dije que…

Un estruendo algo menor que cuando se estrenó el «sensurround» hizo acto de aparición en un extremo de la sala. Esto acabó con las explicaciones de los contertulios limpiadores. Ambos se miraron, miraron hacia el lugar de donde provenía el ruido y volvieron a mirarse. Aquello era insólito!!!