…Dijo la bailarina atusándose el cabello y ajustándose unos jirones que anteriormente habían sido una falda -o eso decía ella-:
– Bueno, parece que ha habido un buen alboroto. No es el momento mejor para que nos conozcamos pero así ha sido. Yo me llamo Alin-Aha Smith y, como ya habréis supuesto, soy, o era visto lo que queda, la dueña de este local. La amiga del látigo es Romy Smith, mi socia, ella fue quien ideó este tugurio que nos ha mantenido vivas hasta hoy. El apellido es pura coincidencia, no somos de la misma familia. Es de pocas palabras pero de mucha acción y buena persona. Si queda alguna botella sin romper estáis invitados a un par de tragos -sonrió y dirigió su mirada hacia lo que quedaba de la estantería antes repleta de botellas-.
La que ahora ya conocíamos como Romy sonrió levemente, hizo chasquear su látigo de forma teatral y se dirigió a la barra en busca de vasos y licor. Vimos que se agachaba lo que me hizo suponer que debía tener las buenas botellas escondidas y que iba a sacar uno o dos. Así ocurrió y me relamí pensando en un buen whisky. En ciertas ocasiones reanima más que cualquier otro medicamento y esta parecía ser una de esas. Tenía la boca más seca que la esterilla donde su gato suele afilarse las uñas ¿No tienen gato? Oh, vaya, pero al menos sí tendrán una esterilla no me vengan ahora con excusas. Una esterilla es siempre necesaria en caso de lluvia o al menos para su gato ¿eh? ¿Otra vez con qué no tienen gatos?, pues cómprense uno ahora que ya tienen esterilla.
-Bien -dijo el hombre de la barbilla llena de hormigas presurosas- también yo dispongo de un nombre. Me llamo Gardner Paci-Smith, William Gardner Paci-Smith. Pero pueden llamarme Paci. Estoy aquí en una pequeña investigación oficiosa -se quitó las gafas y se puso a limpiarlas mientras continuaba- solicitada por mi compañía, una empresa importadora de té. No entraré en detalles porque son aburridos y porque no me está permitido hacerlo, ya saben, secreto comercial. De momento baste esto, dejémoslo así. Vine al Alin-Aha tras leer una nota que llegó a mi despacho. En ella me decía que en esta taberna podría encontrar los mejores tés de toda la India. Vine con la intención de averiguar de dónde procedían y así poder contactar con los dueños de las plantaciones.
Uno de los sargentos se sirvió otra copa con absoluta frialdad, sin mirar a nadie apenas, bebió un sorbo corto y alzó la vista para decir:
– Sargento Mayor Clarin Johns Smith del ejército de Su Graciosa Majestad -yo intenté averiguar a qué se refería con lo de Graciosa, quizás Su Majestad le explicaba chistes en privado-. No vienen al caso los motivos por los que me alisté y solicité este destino pero el caso es que aquí estoy. Ha sido una buena pelea la de esta noche pero me dan arcadas recordarla -se fijó en un piano que había al fondo y todos creímos que se iba a dirigir hacia allí pero se limitó a servirse otra copa-.
– Sargento Ascanio Smith Johns, -dio un sonoro golpe con sus tacones al cuadrarse- también del ejército de…
– De la Muy Graciosa Majestad esa, ya, ya, ya lo sabemos -interrumpió el cura que habíamos visto arremangado en el centro de la pelea y repartiendo algo que no eran absoluciones precisamente-.
Nadie hizo apenas caso a sus palabras y mantuvimos la vista fija en el sargento. Con el tiempo esto se convirtió en algo habitual, el monsignore hablaba y despotricaba y nadie le escuchaba apenas. No sabría explicar el motivo de esta situación pero parece que hay personas que han nacido para que nadie les escuche nunca, el monsignore era una de ellas. No es que no le apreciáramos es simplemente que no le hacíamos caso.
– Sí, justamente eso es, del Imperio Británico -continuó Ascanio sin sonreír y tocándose un chichón que asomaba ya por su pelo como se asoma el cuco a las hora en punto en los relojes de sus casas-. Esta noche tuve un apuro y el sargento mayor Clarin, a quien no conocía hasta ese momento, me ayudó. De hecho me salvó la vida y por ese motivo le he jurado amistad eterna. Si alguna vez tengo algo, sea lo que sea, lo compartiré con él.
De nuevo asentimos todos al unísono, como si nos conociéramos de toda la vida o como si hubiéramos sido entrenados para eso. Ahora fui yo el que se sirvió una copa de aquel licor dulzón al que me estaba aficionando, no era whisky pero tenía bastante alcohol y calentaba el paladar. Sonreí, me disculpé, tosí y serví a los demás también. Quizás había llegado mi turno porque nadie habría la boca excepto para hacer un trasvase de líquidos del vaso a sus gargantas. Como plan hidrológico era un desastre pero, como ya les dije y deben recodar, animaría a un muerto -a un muerto de sed, se entiende-.
– Bien, yo soy… que curioso, también yo me llamo Smith. Gerard A. L. Smith. Vine aquí para -titubeé de nuevo- para buscar oportunidades de negocio. Me gusta la aventura y empezaba a aburrirme en mi Glarester natal. Creí que la India sería un lugar tranquilo y lleno de gente con ganas de enriquecerse. Por lo que he visto hasta ahora prefieren bañarse en el Ganges y sonreír a las vacas. Juraría que algunos caminan de puntillas para no pisar las hormigas.
Pensé que era una frase graciosa pero no causó la más mínima impresión en nadie. Continué:
– Recibí una extraña nota en mi hotel y citaba este local. En ella decía que aquí solían acudir muchos comerciantes que deseaban exportar sus artículos hacia Inglaterra y que sin duda sería muy beneficioso para mí hacer una visita al Alin-Aha.
– ¿Y qué tiene eso de extraño a parte de que aquí, que yo sepa, nunca se han llevado a cabo ese tipo de negocios? -dijo Romy-.
– Pues bien, lo extraño es que nadie sabía a qué había venido aquí. No conozco a nadie en Calcuta y aún no me había puesto en contacto con ningún posible exportador. Estaba aún valorando la situación y planeando mis siguientes movimientos. Parece ser que alguien me vigila y que además estaba muy interesado en que acudiera a esta tabernu… a este precioso y exótico local.
Ahora parecían más cansados -yo mismo lo estaba- que minutos antes y hasta, juraría, nos estábamos amodorrando. Más para despejarme que por ningún otro motivo me giré hacia el monsignore que seguía a mis espaldas dándole gusto al paladar con el licor. Imagino que ya todos dábamos por hecho que se llamaría Smith y no nos decepcionó, o casi.
– Monsignore Tropo Ravelli Smithson. Un placer conocerles a pesar de la situación en que ha ocurrido -notamos todos un extraño acento que no lográbamos identificar, era como si hubiera estado en varios países educándose y hubiera cogido el acento del idioma de cada uno de ellos-. Vine para estudiar ciertos cultos que algunos eruditos relacionan con lo que podría ser la Idea Original, algo así como lo que realmente inspiró los libros sagrados -tosió para hacernos saber que se sentía incómodo con la idea y que no le gustaría nada tener que darnos más explicaciones al respecto-. Me llegó a mí también una nota, un pequeño billete doblado, en el cual me explicaban que en este lugar, en este local, se practicaba por las noches un extraño y antiquísimo rito que data del siglo III, un rito prohibido y que contiene muchos lazos con otras ideologías de diferentes partes del mundo. No estaba firmado con más que un signo como aquel -señaló hacia un lugar de la pared- la cruz svástica; un símbolo ario.
– El mismo que firmaba mi carta -murmuré yo-.
– Y también mi nota -afirmó Paci con extrañeza-
– Tengo motivos para creer que los que me atacaron a mí son habituales de este local. Todos ellos, y eso me extrañó mucho, llevaban un signo como ese tatuado en la frente. No le di importancia hasta que entré aquí y vi el mismo grabado en la pared.
El sargento Ascanio señaló a la pared mientras decía esto y luego se giró, interrogante, hacia Alin-Aha Smith, sus ojos parecieron traspasarla y ella, con absoluta tranquilidad dijo:
– Bueno, a mí no me mire, cuando alquilamos este local esa cruz ya estaba. Pensamos que le daba un ambiente bonito y adecuado y que podía ser una mezcla de alguna religión india con la cristiana. Ya sabe, la cruz pero no la clásica occidental. También dejamos en su sitio esas máscaras y todos esos adornos. Este tipo de decoración nos ahorró algunas libras y lo hacía más exótico. Nuestra intención era que esto fuera un sitio ideal para los occidentales recién llegados a Calcuta.
No puedo definir exactamente qué pasó luego. Recuerdo que noté un picor en la garganta y que mis ojos se cerraban. Me pareció ver que de una de las máscaras de dragón que colgaban de la pared salía un suave siseo y un humo grisáceo que se escampaba por toda la estancia. Me sentí débil y somnoliento. Apenas pude ver que a los demás les ocurría lo mismo. Luego vino la negrura, la oscuridad más absoluta y un «clonk» que debió ser mi cabeza al saludar al suelo muy de cerca. Habría sido feliz si hubiera podido soltar un par de tacos pero tendría que dejarlos para mi cita posterior; con san Pedro, suponía yo tal y como me sentía en ese instante.