Una aventura terrible que pondría los pelos de punta al mismísimo Sherlock Holmes o le habría inducido a dejar de fumar. No olviden sus pastillas para el corazón.

Capítulo II
El Calvo nos da los buenos días

Alguien había metido un papel secante en mi boca o eso me parecía a mí. Mis nauseas sólo podían compararse a mi dolor de cabeza. Intenté llevarme la mano a la frente pero me fue imposible. No, no estaba inválido, ¡estaba atado!. Gruñí algo que podía haber sido una plegaria o un insulto porque ni yo mismo me entendí. Allí había eco o yo no estaba solo.

– Por cien mil pares de rinocerontes tuertos -dijo una voz que reconocí como la del monsignore-. Que alguien me explique esto. ¡Voy a pedir la excomunión de toda la India, de toda Asia, de toda la humanidad si es necesario! Los haré quemar en la hoguera, les reservaré sitio en el infierno. ¡Por mil diablos!

Con un esfuerzo que habría hecho palidecer al tercero de los reyes magos abrí los ojos. Allí estábamos todos, sí, en una especie de templo sumido en la oscuridad y atados en sendos postes que formaban un círculo. En el medio, recibiendo una luz espectral, había una especie de altar que parecía construido especialmente para los sacrificios. Mucho temí que nosotros fuéramos las víctimas propiciatorias y, sinceramente, no es de las profesiones que más me atraen.

– ¿Qué ha pasado? -dijo la que conocíamos como Romy- No entiendo nada. ¿Dónde está Ali?

– A tu lado, querida amiga, a tu lado, pero igual de atada que tú. Apenas puedo mover la cabeza y, por cierto, me pica la nariz. Si quieren torturarnos…

– No se atreverán -interrumpió Ascanio- somos del Imperio Británico y esto lo pagarán caro. Nadie ata como corderos a los oficiales de Su Gra…

– Graciosa Majestad, ya. Pues vaya gracia que tiene esto -insistió el cura sin dejar de renegar y fruncir el ceño-.

– Me temo estemos en manos de alguna secta -intervino W.G. Paci-. Ya habíamos… ya había oído hablar de ellas pero pensaba que se limitaban a amedrentar a los nativos y que no osarían hacer nada a los extranjeros. Veo que estábamos… que estaba equivocado. Ha habido alguna misteriosa desaparición últimamente y teníamo…. tenía que investigar.

Curioso personaje, o bien ocultaba algo o sufría de una esquizofrenia galopante. O quizás tenía delirios de grandeza y hablaba de él en plural para darse porte. Mi pie derecho, que se había dormido, empezó a despertarse y a provocar con eso los naturales picores que tanto suelen molestar. No sabía si reír por las cosquillas de mi pie o llorar por lo trágico de la situación. Un crujido sonó a mi espalda y una luz tenue me hizo entender que alguien había abierto una puerta tras de mí. Puesto que todos estábamos allí atados sólo podría tratarse de nuestro raptor, no era hora de que apareciera un vendedor de alfombras.

– ¿Quién es ese tipo? -dijo Alinaa (como habíamos decidido llamarle por ser más rápido y sencillo)- Parece un cruce entre Belphegor y Fú Manchú. ¡Eh!, tú, alcornoque suéltanos o…

– ¿O qué? -dijo la figura a mi espalda que ahora estaba tan cerca que casi podía sentir su aliento en mi cogote-. No creo que estés en situación de hacer nada extranjera. Estáis en el Templo de la Diosa Cobra y no sois nada excepto una ofrenda más.

– Ya sabes, o cobra o paga -me atreví a bromear. Ascanio me miró con cara de pocos amigos, sin duda no le gustó mi frivolidad, sin embargo Romy rió quedamente, seguro que por los nervios y no por la broma tan fuera de lugar-. Bueno, bueno, ya veo, mejor no digo nada más.

– Haga el favor de soltarnos inmediatamente, se lo exijo: inmediatamente -recalcó y ordenó Paci-. Esto puede traer muy graves consecuencias para su país, se lo aseguro. No sabe con quién está tratando.

– Suéltanos mostrenco o te arranco los bigotes y me hago unas botas con tu piel-soltó de golpe el sargento mayor-.

Oí una especie de gruñido femenino a mi espalda, el tipo aún no se había movido por lo visto y lo seguía teniendo pegado a mi cogote pero el gruñido sonó algo más lejos y acompañado de pisadas. El roce de sus ropas me pareció un estruendo en el silencio que se había hecho. Romy había alzado sus cejas y una expresión de sorpresa había aparecido en su cara como aparece un conejo del sombrero de copa de un mago.

– ¿Swing? -dijo Romy en mitad de su expresión- ¿Swing, eres realmente tú? -repitió-.

– No me parece el momento de solicitar un baño -dije yo entre dientes- y en todo caso prefiero los de espuma.

– Sí Romy, soy yo. Estos miserables subieron a mi barco, lo registraron todo, pasaron a cuchillo a mi tripulación -luego supimos que toda su tripulación consistía en un gato y una gaviota disecada- y me raptaron. No entiendo qué pretenden pero juro que…

No pudo acabar la frase, fue atada al poste que quedaba libre y amordazada. Sin duda era la única manera de hacer que se callara pero hay que reconocer que no es la más educada. El resto del grupo que yo había oído entrar en la sala, los que habían traído a Swing atada, se puso al alcance de mi vista. Todos llevaban túnicas escarlatas y una capucha mantenía su rostro en la sombra. Podría haberse tratado de un colegio de huérfanos o de una reunión de ancianos porque no se distinguía nada de ninguno de ellos excepto del que parecía ser su jefe. Éste se había puesto en mi ángulo de visión al atar a Swing y era el que llevaba la túnica de color negro. Su capucha estaba sobre su espalda y eso dejaba ver su rostro. Tenía facciones casi orientales, no sabría decir si chinas o japonesas porque además tenía mezcla con alguna otra raza. Llevaba la cabeza de una cobra tatuada en la frente y lucía un largo y grueso bigote que, supongo, es el que llevó a Alinaa compararle con Fú Manchú aunque no se parecía en nada. Lucía dos enormes aros, supuestamente de oro, colgando de los lóbulos de cada una de sus orejas, su mirada habría enfriado el desierto del Sahara en un mes de agosto y la cabeza rapada me hizo recordar los melones. Su grueso cuello habría podido sustituir una de las columnas del templo sin que este se dignara moverse lo más mínimo y era tan alto como cedro que no sea un bonsái.

– Bien, ahora ya estamos todos -dije- podemos empezar la fiesta -todos me miraron y aseguraría que alguno pensó que yo estaba implicado en eso y que iba a soltarme de mis ataduras y a empuñar una daga para empezar el famoso juego de aquí te pillo aquí te corto a pedacitos-. No, no soy uno de ellos ni los había visto jamás pero conozco algo de estas sectas y sé contar. Somos siete, número sagrado, y eso significa que ya tienen cubierto el cupo de ofrendas para esta noche, ¿no es cierto especie de perchero? -dije dirigiéndome ahora al cabecilla que frunció el ceño y me contestó:

– Muy listo, señor Lafia, veo que sabe algunas cosas de nosotros pero también yo las sé de ustedes. Aquí nadie es lo que dice ser excepto nosotros y eso nos convierte en los más razonables. Y por cierto, son ocho, por si no ha contado a la capitana de goleta Swing.

– Oh -dije avergonzado-. Así que una secta nueva y con nuevas reglas…

– Al menos en eso nos tienen ventaja ahora -gruñó Paci- pero puede acabarse la buena suerte y eso ocurrirá, puedes estar seguro, mamarracho, que tus huesos irán a la Torre de Londres antes de lo que esperas. A estas horas ya debe haber un regimiento en marcha hacia este lugar.

La figura se giró en su dirección, le miró fríamente y empezó a reír con un sonido gutural que habría puesto los pelos de punta a cualquiera que no fuera calvo. Luego, tras parar en seco, dijo:

– Si lo dice por aquel pequeño muchacho hindú, Rahib, que tomó a su servicio y le esperaba a la puerta del Alin-Aha pensando que podrá llegar hasta la embajada y avisar a los suyos debo comunicarle que las panteras de la jungla lo habrán encontrado sabroso. Escaso alimento, porque estaba muy delgado, pero sabroso. No mister Paci, no espere ayuda, ya tomamos nuestras precauciones en ese sentido y en muchos otros. No.

Su rostro cambió y adquirió una feroz expresión, entrecerró los ojos y de su cuello pareció surgir una multitud de músculos nuevos mientras susurraba:

– No tienen nada que hacer están perdidos -miró a Swing y continuó- Tampoco su amigo el famoso capitán Henry podrá hacer nada puesto que perdió su rastro hace dos semanas ¿recuerda?. Sí, justamente cuando usted le robó el diamante, esa famosa joya que es las que yo quiero, precisamente, recuperar antes de sacrificaros a la Diosa Cobra.

– Mmmmm, mmmmmmmmmm -intentó protestar la aludida amordazada- mmmmmmmmmmm…

Nuestro calvo se acercó a ella y le apartó la mordaza de la boca para entender algo o quizás para que ella le confesara donde la había escondido. La interpeló con un gesto y ella, exclamó:

– ¡Pero si jamás he visto un diamante! bueno sí, una vez vi uno en una exposición que se hizo cerca de mi… barco. Pero nada más, estás confundido bola de billar, yo no tengo ninguna joya excepto mi barco.

Habría dado un ojo del monsignore por poder fumarme un cigarro pero no esperaba ese regalo. Tendría que haber ido a La Habana y no Calcuta -pensé con cierta tristeza-. Aquí atados y a punto de ser convertidos en barbacoa para las cobras no era el mejor momento para pensar en paisajes caribeños.

Por el rabillo del ojo vi una figura agachada (o quizás era así de bajito) que se acercaba al sargento Ascanio. Éste cambió su expresión por una que habría ido muy bien en una partida de póquer pero que no cuadraba con la situación y el lugar en que estábamos. Hasta un rato después no supe a qué era debido todo esto porque algo similar le pasó al sargento mayor Clarin Smith. El resto sucedió tan deprisa que aún no estoy seguro que ocurriera realmente.

El calvo recibió una nota de manos de uno de sus acólitos, la leyó y frunció el ceño. Parecía -y me alegré- que no eran buenas noticias. Hizo una muda seña a los otros y todos desaparecieron por una puerta oculta en el fondo de la sala tras una efigie de una mujer con cabeza de cobra. Apenas hubo tiempo para darse cuenta de lo que pasaba. La figura que había visto se acercó a Swing y cortó sus cuerdas. Luego hizo lo mismo -ayudado por ella- con los demás y de repente todos estábamos desatados -en varios sentidos- y mirándonos unos a otros.

– ¡Orel! -dijo Swing- ¿Cómo has llegado hasta aquí? Esto parece increíble.

Desconcierto por parte de todos, el peligro continuaba; había que salir de ese lugar lo antes posible, luego ya habría tiempo para las explicaciones.