CAPÍTULO V
(como pasa el tiempo)
A la mañana siguiente de la mañana anterior –de nada– el teniente abrió la puerta de su despacho, se dirigió sigilosamente a su sillón de teniente, abrió el cajón de su mesa de teniente y sacó una pequeña petaca de teniente.
Se sirvió una generosa ración en una pequeña taza de café y la dejó sobre la mesa de teniente. Luego bebió a morro el resto del contenido mientras pulsaba el botón del interfono. El aire acondicionado se puso en marcha y el teniente rectificó. Esta vez sí era el interfono y la suave y melosa voz de Amparo le respondió.
– Sí, jefe, estoy ya aquí. ¿Quiere que le lleve el café y los donuts?
– Sí claro, como cada mañana, Amparo. Pero también quiero que convoques una reunión.
– Por supuesto, teniente, hace bien. Los vecinos llevan un mes quejándose de las cañerías, las goteras y los buzones destrozados.
– No, Amparo, me refiero a otro tipo de reunión. Por cierto, prepara una carta con mi dimisión como presidente de la comunidad. Y sí, como te decía, prepara una reunión. Quiero acabar con este vaso… digo caso, de una vez. Ahora te paso la lista de los que tienen que asistir. Y que no escape nadie, que la última vez sólo se presentaron dos y hablo del Caso Alí-Babá.
– Señor, sí, señor –dijo Amparo con todas sus ganas y voluntad y recordando todas las películas que había visto sobre marines, soldados y demás rutilantes estrellas de la pantalla–. ¿Me pasará un Whatsapp con los nombres?
– Bueno, yo creo que es más fácil que abras la puerta, entres en mi despacho y la recojas. La voy a escribir en un papel, será cuestión de diez minutos. No será muy moderno ni tecnológico pero creo que es más adecuado. Y más fácil. Y más idóneo, incluso mejor.
– Amén.
Ya habían pasado seis horas y a pesar de las prisas los convocados empezaban a llegar. Amparo les iba haciendo entrar en una sala preparada para tal fin. Una sala grande pero no demasiado. Con suficientes sillas pero no demasiadas. Con café pero no demasiado y con una pizarra lista para perder su virginidad con las tizas que esperaban impacientes el momento de ganar fama.
Era una sala que solían utilizar en algún que otro cumpleaños, pocos hasta el momento, pero aún podían verse restos de tarta y alguna vela por los suelos. En este caso era adecuada para lo que Humphrey –es que le tengo confianza ya– se proponía.
Conforme iban llegando todos se miraban entre sí y gruñían una especie de saludo al tiempo que se servían café y donuts y luego tomaban asiento. Mike encogió sus alas para poder acomodarse. Adán apartó ligeramente su hoja de parra mientras tomaba un sorbo más de café, con cuidado para no macharse aún más y provocar el gracioso comentario: “estás hecho un adán”.
El cabo Akira se quedé en la puerta, cerca de la mesa del café y controlando que estuvieran todos los convocados. El sargento Disoluto estaba preparando la silla del teniente y dejando una caja de pañuelos de papel sobre su mesa. Aquello empezaba a parecer un colegio pero no hubiera sido buena idea dejar una manzana encima de la mesa, no en esos momentos.
Se oyó un trueno, la sala se llenó de nubes y empezó a llover. La puerta se abrió de golpe y entró el Creador.
– Perdón –dijo– es que aún estoy haciendo algunas pruebas y este modelo es nuevo, recién creado. Ya para, ya lo paro, quiero decir.
Hizo un extraño gesto con su mano y al instante dejó de llover. Se sentó en una silla que parecía hecha especialmente para Él –de hecho así era–, tenía como respaldo un triángulo enorme con un ojo grabado en el centro.
Se oyeron murmullos cuando entró Lucifer. Éste echó una mirada matadora al de las blancas barbas y fue a sentarse en el otro extremo de la sala, cerca del radiador. No hacía frío pero parecía preferir las altas temperaturas. También miró de soslayo al teniente y, ya que estaba, al sargento y al cabo Akira.
Se abrió la puerta, una vez más, y Amparo entró abrochándose el botón superior de su camisa reglamentaria mientras Akira redondeaba sus oblicuos ojos al fijarse en sus… manos.
La puerta volvió a abrirse; “podían haber puesto una cortina” exclamó alguien pero nunca se supo quién. Esta vez fue una esbelta figura femenina, con su cara redondeada y rodeada por oscuros rizos. Sus penetrantes ojos habrían fundido una estufa de hierro colado si hubiera habido alguna. Su opulencia saltaba a la vista y como la vista es la que trabaja todos se fijaron. Relamió sus carnosos labios y susurró:
– ¿Cuál es mi sitio, por favor?
Adán movió su silla un poco y señaló un lugar vacío. Su hoja de parra se había movido levemente, como si unos hilos invisibles la hubieran elevado. Ya no se hacen hojas de parra como aquella. Sonrió algo forzado y dijo:
– Lilith… aquí mismo hay sitio. Cuánto tiempo sin verte.
– Sí, sí, es cierto. Unos cuantos días.
Ella se acercó al lugar indicado contorneando sus caderas suavemente. Se hizo un silencio tan espeso que hasta daba miedo respirar. Siempre me ha parecido una tontería la expresión de “un silencio que podía cortarse con un cuchillo”. ¿Quién lleva un cuchillo cortasilencios encima? ¿Y para qué iba a cortarlo? Venden unos silencios precortados en el supermercado de la esquina y a muy buen precio.
Fue roto, el silencio, por la entrada del teniente Digan. Había estado esperando un buen rato tras la puerta para poder hacer una entrada triunfal y teatrera. Lo cierto es que tropezó con Disoluto y casi caen ambos al suelo.
Carraspeó, se rascó el entrecejo y miró a todos, uno por uno, lentamente. La verdad es que en el escote de Lilith se entretuvo un poco más pero casi nadie se dio cuenta, solamente todos. Recuperó la calma como un corredor de maratón recupera el resuello tras una semana de descanso y empezó su ensayado discurso:
– Señoras, señores, Creador… Mi labor policial es complicada, difícil. De hecho creo que tendría que pedir un aumento de sueldo, pero lo cierto es que hago lo que puedo y aquí estoy. Sí, aquí, podría estar allí –señaló un rincón vacío– o podría estar allá –señaló el otro rincón– o mejor aún, podría estar sentado en aquel lugar –esta vez señaló a Lilith y a nadie le paso desapercibido que se había acabado el café.
Se oyó un estruendo y se vio un fogonazo. Todos miraron al Creador con cara de pocos amigos, pero no había sido Él, no esta vez. Mike se disculpó:
– Lo siento, esta espada flamígera tiene algún pequeño fallo. No pasará de mañana que la lleve a arreglar. Cuando se satura la batería… Espero que aún esté en garantía, está recién creada, sólo tiene unos siglos, no terrenales, y con muy poco uso.