Excusa falaz

Publicado, por primera vez, el 21 de enero de 2007

Cuando mister Pipas me sugirió la idea de colaborar en un homenaje a Groucho me alegré mucho aunque al mismo tiempo me preocupé. No sabía qué hacer exactamente porque se han escrito cientos de artículos sobre él y hay muchos libros publicados además de los suyos propios. No iba a hacer una biografía ni tampoco el clásico archivo con sus geniales frases -corren a cientos por Internet-. La cosa se ponía difícil, muy difícil, así que decidí intentar escribir algo siguiendo su inimitable estilo (ya sé que esto es incongruente, ahí está la gracia): ustedes se preguntarán (yo haría lo mismo) qué diantre puede escribir éste que se asemeje a Groucho. Y harán mal porque eso no sólo es imposible sino que además no se puede hacer. Esto es el resultado de meterme en camisas de once varas, mi humilde tributo al Genio.

Intentar imitar a Groucho es como pintarse la espalda de negro y hacerse pasar por un pingüino pero, ¿quién quiere parecerse a un pingüino? Yo no desde luego, yo lo que querría ser es más joven. De acuerdo, ya sé que también hay pingüinos jóvenes pero esos no saben leer aún y jamás harían una huelga en el polo para que una editorial me publicara algo. Que quede entre nosotros y la cola de la panadería pero uno siempre ha de mirar por sus intereses, por eso yo no guardo mis ahorros en el banco lo hago en una hucha con forma de cerdito. Sé que no es original y que sería mejor guardarlo en una lata de conserva pero eso lo hice una vez y, sin darme cuenta, me cené una noche cincuenta machacantes. Los billetes me parecieron como una lechuga seca pero con las monedas casi pierdo un diente.

La siguiente vez probé guardarlo debajo de un ladrillo pero vivo en un cuarto piso, el suelo necesita ciertas reparaciones y cada día los vecinos de abajo iban a comer al restaurante a costa mía. Tarde dos meses en darme cuenta y fue cuando mis vecinos del tercero y yo ya no cabíamos en el ascensor; ellos había ganado peso y yo había perdido la pasta. Cuando intenté guardarlo en un calcetín tuve grandes problemas, sólo tengo un par y tenía que usarlos a diario; al principio todo iba bien pero conforme mis ahorros iban aumentando cada vez me costaba más caminar. Esto lo arreglé cogiendo taxis pero los conductores me odiaban cuando sacaba el dinero del calcetín para pagarles y además eso volvió a mermar mis ahorros. Ustedes dirán -porque no hay manera de que se estén callados- que les podría haber pagado con un talón pero sólo tengo dos talones y me hacían falta para caminar, claro que si me hubiera desprendido de ellos habría habido más sitio en mis calcetines pero habría tenido los pies más fríos en invierno, con semejante arreglo sólo habría podido ahorrar en verano. Los pingüinos me habrían odiado ante ese calor.

Dicen que el orden de los factores no altera el producto pero jamás pude guardar mi dinero en un cerdito con forma de hucha y sí en una hucha con forma de cerdito. Hay que ver que ganas tienen ciertas personas de quitarle importancia a las cosas. Pero no nos desviemos del tema, estábamos hablando de Groucho: no recuerdo cuándo fue la primera vez que le vi pero si él me hubiera visto a mí tampoco se acordaría, eso nos pone en una situación de plena amistad y en deuda con mi sastre. Creo que fue en «Pistoleros de agua dulce». Yo era muy joven pero ya me llegaban los pies al suelo y pude verla sin tener que ponerme un chupete en la boca. Desde aquel día y hasta hoy no he dejado de reírme, la gente me mira por la calle y no entienden el motivo hasta que les cuento que de joven vi una película de los Marx y, debe ser por ese motivo, todos se ríen. Les aseguro que, después, las he visto todas, me gustan todas y que las tengo todas, quizás me falte la del día que hizo su primera comunión pero dudo mucho que hiciera eso y más aún que la filmara. También tendría todos sus libros si no se los hubiera dejado a Pipas.

Y todo esto a dónde nos lleva? Bueno a ustedes no sé pero yo elegiría las Bahamas… caramba, yo intento escribir algo para ustedes y ustedes ya están pensando en las vacaciones. Antes de irse de esta página recuérdenme que no les dé propina. Uno se sacrifica pintándose la espalda de negro y aconsejándoles en dónde colocar sus ahorros y me lo pagan buscando un lugar lleno de bikinis y coktailes. Al menos podrían haberme enviado una caja de puros, yo no fumo pero mi gato sí y siempre maúlla agradecido cuando le consigo un buen habano. ¿Acaso pensaban que los gatos comen sardinas? ¿Creen que las sardinas pagan poco por el alquiler de la lata? ¿Pagarían por leer esta página? Contesten sólo a la tercera pregunta las otras son cuestión de amor… a los animales.

Ahora, llegado este momento, debería ponerme tierno y explicar de una vez cuán grande fue (o es) Groucho Marx y ustedes, pandilla de desagradecidos, deberían engrasar su aparato lacrimal, pero estoy convencido que no lo harán y además no es momento de derramar lágrimas. Si están dispuestos a llorar les recomiendo que se suenen con una bayeta. No sólo les dejará todo más limpio sino que podrán guardarlas, coleccionarlas e incluso enseñarlas a sus amistades. Creo que ya les he contado bastantes cosas de la vida de Julius y tampoco quiero que esta página sea demasiado larga, así les saldrá más barato el marco cuando lo compren para colgarla de la pared, allí junto al cerdito hucha y entre el pingüino del tercero derecha y el póster de las islas del Caribe.

Ha sido un placer conocerles y hablar con ustedes, ahora ya pueden irse a las Bahamas si lo desean pero no olviden envolver sus sardinas con papel de periódico, utilicen la sección de las esquelas, después de todo las sardinas ya están muertas hasta que se demuestre lo contrario.

Hugo Z. Abulafia                                                  .

P.D. Si este es mi pasaporte para la fama espero que en la fama no exijan documentación.

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