Hace tiempo alguien empezó a enviarnos algunas páginas del «Manual del Guerrero de la Luz», de Paulo Coelho. Yo, como ya es habitual, me iba inventando la parodia a medida que recibíamos las frases originales. Con todos mis respetos y todas esas cosas.
El Cobrador de la luz lleva en sí el Centella, el Gior y el Mistol además de una mopa y un cubo; su sueldo es bajo y tiene que trabajar de taquimecafreganógrafa por las tardes en un despacho de abogados.
Su destino es estar junto con otros cobradores, pero a veces necesitará practicar solo el arte de la escapada y huir de sus acreedores como nosotros escapamos de los nuestros, amén. Por eso, cuando esta separado de sus compañeros, por las noches, se comporta como una estrella. Se pinta los morros, se pone pestañas postizas, usa tacones y trabaja de Drag-queen en un pub del barrio cercano al puerto.
Ilumina la parte del Universo que le fue destinada, porque por las mañanas sigue el pluriempleo y tiene que trabajar de farolero y acomodador, e intenta mostrar el camino a los que se han perdido entre las brumas de Baco y Tabaco (muy amigos ellos) y mudos que miran al cielo por si su santa esposa les espera en el balcón, rodillo en mano, por llegar tan tarde (o tan pronto, depende del ángulo en que se mire).
La persistencia del cobrador será en breve recompensada. Poco a poco, otros cobradores se jubilarán y él será ascendido (el escalafón es el escalafón) y los compañeros se reúnen en Constelaciones Whisky’s Bar, con sus chupitos y sus misteriosos brebajes y su inapagable sed.
El Cobrador sabe que ningún hombre es un pingüino, que si aprietas con fuerza su cuello mientras le insultas, acaba pagando su factura en dinerito contante y sonante. No puede luchar solo; sea cual fuere su plan, depende de otras personas (su suegra, su jefe, su peluquero, su esposa…). Por eso tiene amigos en los barrios bajos que por poco dinero parten piernas a los morosos. Mucho más efectivo que El Cobrador del Frac.
Necesita discutir su estrategia, pedir ayuda y, en los momentos de descanso, tener a alguien a quien contar historias de combate en la barra del bar. Nada como la vecina del tercero (sí, la del albornoz y el liguero negro) para alegrar el día.
Pero él no deja que la gente confunda su camaradería con inseguridad, si no pagas, cobras. Él es transparente en sus acciones (menos las gafas, que hace tiempo que las lleva muy gorrinas él) y secreto en sus planes, jamás revela a nadie los números que juega a la Primitiva ni dónde esconde sus revistas del Play Boy. Si decide no pagar la consumición nadie se va a enterar hasta que haya desaparecido de el lugar.
Un Cobrador de la luz baila con su compañera, pero no transfiere a nadie la responsabilidad de sus pasos. Hizo un cursillo de tangos y pasodobles pero no pudo asistir a todas las clases. Es por eso que si pisa a su compañera ella debe comprender. Debe comprender eso y que el lugar más adecuado para poner su cansada mano de todo el trabajo del día sean las posaderas de su compañera de baile y no la nuca del camarero como ella pretende.
Todos los que confían lo saben y quién porfía cobra algún día (si no es final de mes).
Porque cree en milagros, los milagros empiezan a suceder, y hasta el del quinto derecha decide pagar cuando lleva seis años alumbrado con sólo una vela. Porque está seguro de que su pensamiento puede cambiar su vida, su vida empieza a cambiar, ya tiene cambio hasta de billetes de diez mil.
Porque está convencido de que encontrará el amor, este amor aparece, porque la rubia del tercero el otro día le abrió la puerta en albornoz y,a pecho descubierto -sólo uno- y le sonrió abiertamente (aunque aún no ha pagado el recibo, claro).
De vez en cuando se decepciona. A veces, recibe golpes, sobre todo cuando los gamberros del sexto le empujan por las escaleras, o cuando se pilla la napia con las puertas del ascensor.
Entonces escucha comentarios: «¡Que ingenuo es!»
Y piensa que mejor haber sido madero que cobrador y se iban a enterar estos de lo que vale un peine.
Pero el guerrero sabe que vale la pena. Por cada derrota, tiene dos conquistas a su favor. Tarde o temprano cobra o caerá la del tercero (sí, la del albornoz), o cambiarán a la portera por un póster del Play Boy para ahorrar en gastos.
Un cobrador de la luz estudia con mucho cuidado la posición del contador que pretende leer. Por más difícil que sea su objetivo, siempre existe una manera de superar los obstáculos. Él verifica los caminos alternativos, si funciona o no el ascensor, si hay portera, si existen perros sueltos que temer, afila su bolígrafo y cuida de su PDA, procura llenar su bolsillo con el bocata de atún envuelto en papel de periódico, necesario para leer mientras se lo come.
Pero a medida que avanza, el cobrador se da cuenta que existen dificultades con las cuales no contaba. La portera se ha ido a la peluquería y la mitad de los vecinos están de vacaciones. Si permanece esperando el momento ideal, nunca saldrá del lugar; es preciso un poco de locura para dar el próximo paso. Armado de su libreta y colocándose sus gafas, se preocupa de ver los contadores sin importar quién está detrás de cada puerta.
El Cobrador de la luz usa un poco de locura y el resto se lo inventa. Porque en la guerra y en el amor, no es posible preverlo todo y en los recibos de la luz hay que vigilar que no se hayan puesto trampas en el contador.