Capítulo VIII by Little One
Entré en la posada aún quitándome las legañas pero me despejé rapidamente al verla tan llena de gente tan insignificante (¿o era insigne?) a unas horas tan intempestivas (e impertinentes). Vi a unos tipos vestidos de negro; probablemente venían de un funeral, con esas caras tan serias. Me acerqué a darles el pésame pero no respondieron, así que respeté su dolor…
Entonces reparé en una figura menuda con un pañuelo atado a la cabeza. Pensé que con un parche en un ojo y un periquito (un loro le quedaría muy grande) en el hombro se parecería a… un enano con un parche en el ojo y un periquito (un loro le quedaría muy grande) en el hombro (ummmm… esta frase la he oído en algún otro lado). ¡Pero estaba equivocado! Era UNA enana, así que en todo caso se hubiera parecido a… una enana con… bueno, esta parte de la historia ya la conocemos así que la obviaré.
Parecía estar intentando sentar a la gente, entre los que destacaban dos calvas relucientes y refulgentes a las que sin duda sus maridos les habían sacado brillo. La enana estaba subida a un estrado (y a un taburete puesto que ni subida al estrado se la veía) y yo me acerqué a mi puesto tras la barra empujando (perdón), hincando el codo (lo siento), a empellones (disculpe), pisando (¿era su pie?), pellizcando (buenas cachas… ¡PLAF! Juer, como se pone la gente)… En fin, me abrí paso como buenamente pude (y con cinco dedos marcados en un moflete) y me serví un vaso de agua.
Estando allí detrás observé un poco más a los asistentes a la extraña reunión y reparé en que en su mayor parte roncaban (si, las mujeres también) placidamente. ¿Estarían hipnotizados? ¿Serían sonámbulos? Aún estaba pensando en ello cuando una voz estridente se abrió paso entre las brumas de mi mente (intenté alcanzarle con una bofetada pero no pude) y me saco de mis pensamientos. Levanté la cabeza y conseguí ver que la enana hablaba (esta se ha escapado de un circo, fijo).
– Señoras, señores – comenzó, y decidí prestar atención.