Capítulo IX by Abulafia (¡qué pesado!)

Gonzala se aclaró la garganta e hizo gárgaras con el café con leche. En realidad lo que deseaba era ganar tiempo y, de paso y si era posible, encontrar novio. Un muchachote fuerte y digno que pudiera mantener una casa, que no roncara y, si no era pedir mucho, que no le olieran los pies. Alguien que contara sus virtudes a sus amigos en lugar de irse al fútbol o a pescar al lago salado (tercer árbol a la derecha; preguntar por Coren).

El ambiente era denso y cálido como una playa mediterránea en pleno agosto. Gonzala hacía gestos con el plumero como si se tratara de un florete e iba apuntando a unos y a otros al tiempo que les guiñaba un ojo o dos, quizás tres. Cada uno se sobresaltaba cuando le tocaba su turno de ser «amenazado» plumeralmente hablando, por miedo a que se le considerara culpable de algo. A fin de cuentas ¿quién no tiene algo que ocultar?. A lo lejos sonaron dos timbres, la obra estaba a punto de empezar o algún nuevo vendedor estaba en la puerta completando su curso de solfeo. Gonzala Wattson se arremangó hasta el codo y empezó su teoría:

– Señoras, señores… hum, eso ya lo había dicho antes, es cierto. Bueno el caso es que he citado aquí a toda la lista de posada para desenmascarar al merodeador; al auténtico. Todos los aquí presentes tienen su móvil (Piko, deja el de Movistar ya, leches, que estoy hablando), su motivo e incluso su ocasión. Algunos tienen coartada, lo sé, pero tener una coartada hoy en día es como tener un chat en chino (proverbio hindú). Clarín tiene «coartada» la cara pero es del sol, estos pastores, ya se sabe, siempre están con sus orejas… no, avejas… hum, tampoco, obejas… Rayos, el caso es que están siempre al sol.

Todos hicieron una exclamación subrayada y en negrita para demostrar cuán asombrados estaban por la brillante exposición que Gonzala Wattson había soltado sin respirar y sin hurgarse las narices. Algunos hasta se lanzaron a aplaudir pero cejaron en su empeño para que no pensaran que era un vulgar peloteo que les excluyera de ser culpados.

– Bien, veamos. Piko dijo estar de vacaciones y que no podría hacer caso a la Lista pero está demostrado, todos lo sabemos, que sigue leyendo todo lo que aquí se dice. Se sabe por el olorcillo a vino de misa que deja cada vez que lo hace, o sea cada día.

Esta vez tomó aire y un traguillo de whisky. Arqueó una ceja y una pierna y continuó:

– Megatorpe apenas ha salido mencionado, pero eso es sólo porque suele borrar su nombre cada vez que aparece en un relato. Eso no lo hace porque sea tímido sino porque prefiere permanecer en la sombra. Dice, el muy…, odia ponerse moreno. El caso es que maneja esto por sí mismo y queda en el incógnito sólo por no afeitarse.

– ¿Qué me dicen de Caronte? Con la excusa de que es una especie de esqueleto se pasea desnudo, por la noche, por toda la Lista mientras escribe sentencias filosóficas en las paredes. Es motivo suficiente para merodear e incluso para despachar el correo sin utilizar sellos postales.

Esta vez no tomó aire pero sí otro traguito de whisky. Su nariz empezaba a enrojecer y eso le hizo ganarse la simpatía de la tía Eudora.

– Ajá -dijo mientras señalaba a Mirella- he aquí a alguien que tiene mucho que esconder. Mirella recuperó sus macetas hace ya varios capítulos pero jamás lo reconoció para poder cobrar el seguro. Además no tiene coartada, la noche de autos ella no estaba porque carece de carné de conducir.

Un rápido giro de novecientos sesenta grados hizo que casi se cayese y que diera dos vueltas de campana en mitad de la moqueta. Se irguió y, sacando pecho(s) señaló con un índice que parecía un pulgar a Dale Cooper.

– Bien. El contacto con el F.B.I., -todos los del F.B.I. asintieron mientras se peinaban y acicalaban- Glarester Peaks, informes nocturnos, uniformes de algodón comprados en los almacenes más caros de todo Glarester. ¿Y el dinero, de dónde saca el dinero? Sin duda dirá que de una subvención pero lo cierto es que sale de su cerdito-hucha. Eso es extraño, muy extraño. Y la noche de autos vino en autobús y sin pagar el billete. Quizás el conductor sea cómplice o quizás sordomudo porque lo cierto es que no ha querido confesar nada. Escribió en un papel que si quería una confesión buscara a Tropo.

Otro traguito de whisky, un poco más de color rojo a su apéndice nasal, la voz un poco más tomada y la botella algo más vacía. El misterio aumentaba y el calor en la estancia también. Quizás había demasiada gente para un pequeño ventilador.

– Llegamos a Delirio de los Eternos. Ella siempre escribe poesías y frases poéticas que a todos nos gustan pero jamás se mete en los relatos. Eso es aparentemente sospechoso, desde luego, pero que quede entre nosotros y el bar de la esquina; ella no lo hizo. Ella no puede ser el merodeador porque lleva sandalias. -Sí, ya sé que es una excusa pobre pero para lo que me pagan por escribir este absurdo relato no querrían que sacara extraterrestres y todo, con lo que ha subido su caché!- .Bien, tengo aquí algo que puede ser una prueba, o mejor dicho tres.

Gonzala sacó una pizarra y luego hizo allí la prueba del nueve y una de la rana. Luego borró la pizarra e hizo la prueba del algodón. No demostraba nada pero todo quedó limpio y brillante como la calva de Patán tras un día de campo. Luego sacó algo del bolsillo derecho de su delantal un cabello rojizo y lo alzó como la estatua de la libertad alza su antorcha.

– Esto sí es una prueba; este cabello pelirrojo demuestra que alguien más ha entrado en la Lista de Posada y sin forzar la cerradura. Sí, es un pelo de mujer, rojo, es reciente y -olió el cabello- huele a Passport. Si esto no es una prueba que venga Chan y lo vea.

Todos abrieron la boca mientras se miraban unos a otros.

CONTINUARÁ, qué remedio!