CAPÍTULO III
(Ya falta menos)
La cosa se complicaba y además empezaba a amanecer. No se podía hacer mucho por el momento salvo ir a desayunar. El de las blancas barbas, que asomaba su rostro entre las nubes dijo:
– Bueno, yo me retiro por el momento, que tengo cosas que hacer. Mi perfil de las redes sociales está perdiendo seguidores y tengo que publicar algo en mi blog sobre el Apocalipsis, el 666, la Bestia y todas esas cosas. Ya sé que tengo tiempo y que falta aún mucho, acabamos de inaugurar esto, pero el tiempo va que vuela, como las nóminas de los que vendrán después, de aquí unos siglos, vaya.
– Además tenemos una huelga preocupante –dijo Mike atusándose las alas de nuevo–. Una huelga de ángeles caídos. Tu querido preferido, ese ángel tan guaperas, dice que te va a lanzar un voto de censura. Que te vas a enterar cuando él ocupe tu puesto.
– ¿Ah, sí? ¡Pues se va a enterar él! Hay unas parcelas en el Averno que están sin urbanizar. Le voy a nombrar fiscalizador general de ese lugar y le voy a encomendar su comercialización.
La charla entre ambos duró sólo unos minutos pero al resto del grupo, Digan incluido, les pareció una eternidad. Todos se habían quedado dormidos, salvo Disoluto, que debido a su “herencia” tuvo que acercarse al árbol para vaciar líquidos. Eso le hizo fijarse en un grabado que había en el tronco. Un enorme corazón, con una flecha que lo atravesaba y dos iniciales: L&L.
– Bien, recojan todas las pruebas, hay que catalogarlas, estudiarlas, recomponerlas, etiquetarlas y ver qué información nos aportan –dijo el teniente Digan con voz de dormido–. Y quiero interrogar al señor Adán que, por cierto, ¿dónde está?
– Ah, se fue a dormir –contestó Akira– dijo que mañana tenía que madrugar, que tenía mucho trabajo.
– ¿Mucho trabajo? ¿Nos toma el pelo?
– No, no creo. Me contó que tenía que poner nombre a todos los animales y luego ir a comprar toallas para poder secarse el sudor de la frente.
– De acuerdo, en mi despacho a las nueve de la mañana. Y que traiga donuts.
Al día siguiente, ya en comisaría, el teniente Digan estaba estudiando la situación. Bostezó y siguió estudiando. Nunca hay que dejar de estudiar, hay que estar preparados para lo que pueda venir. A su lado había una Biblia pero únicamente tenía seis hojas escritas. La ojeó por si había algo nuevo o encontraba allí algún indicio. No encontró ni el índice, salvo…
– ¡Diantre! Aquí dice que Eva estuvo de charla con una serpiente. No sabía que las serpientes hablaran. Pero puede ser importante, esa serpiente podría ser la última persona que… el último animal que… El último ser que la vio antes de su desaparición. Y fue al amparo de la noche que…
– ¿Me llamaba, teniente? –la puerta se había abierto de golpe y una despampanante rubia, vestida de uniforme azul, asomó su exuberante personalidad y le hizo la pregunta.
– No, no, Amparo, gracias. No necesito nada de momento. Sólo una cosa, ya que está aquí, cuando venga el señor Adán hágale pasar de inmediato.
– Amén –contestó ella.
El teniente Digan volvió a observar el Libro. Ni rastro de Judas todavía, eso sí era una buena coartada. No era el culpable de todo aquello. Sonó el interfono. Era Amparo anunciando que el señor Adán acababa de llegar.
– Hágalo pasar, por favor, Amparo. Gracias
– Benditos seáis –contestó ella.
Dos golpecitos en la puerta y Adán entró. Se alisó la raya de la hoja de parra y se repeinó un poco. Aún así estaba hecho un adán. Se excusó por no llevar identificación pero su hoja de parra no tenía bolsillos. Tampoco llevaba las llaves del Paraíso, se las había dejado al portero, Pedro. Depositó la caja de donuts en la mesa del teniente y sonrió levemente.
Tomó asiento, tomó un donut que le ofreció el teniente y tomó un café que había encima de la mesa en una bandeja dispuesta para él. Digan empezó la sesión tras echar un vistazo a unas hojas garabateadas que tenía a su lado:
– De acuerdo, veamos, dice usted que Eva le dijo que salía a comprar harina y que volvería enseguida. Pero no regresó.
– Sí, así fue. Me extrañó mucho porque en casa había un saquito entero, aunque era harina de otro costal. Eva no es muy dada a cocinar, de hecho ni tenemos horno, pero pensé que sería alguna nueva manía. Ya sabe, teniente, las mujeres recién creadas quieren saberlo todo. Me habló de una receta de tarta de manzana que había visto en la revista “La Cocina del Edén” y que tenía muy buena pinta.
– Comprendo, ajá, sí. ¿Qué más?
– Bueno, eso era de postre, antes quería hacer paella.
– No, digo que qué más me puede decir, aportar, explicar.
– Ah –Adán se rascó el mentón–. Pues… no recuerdo nada especial. Yo estaba haciendo una lista de nombres de animales. Ya sabe, hoy tengo que ponerle nombre a todos y no tengo mucha ayuda que digamos. Se hizo tarde y ella no había regresado, así que llamé “Arriba” y pregunté. Mike se presentó en casa enseguida y les llamaron a ustedes. El resto ya lo sabe, creo.
– Es extraño, muy extraño –susurró el teniente.
– ¿Sí, verdad? Que saliera a esas horas a por harina.
– No, digo que es extraño este café. Sabe raro, qué ganas tengo de que inventen el torrefacto. Bien, señor Adán, de momento es todo, pero debo pedirle que no abandone El Paraíso.
– No tengo intención de hacerlo, para que me vaya tendrán que echarme, puede estar seguro de ello.
Adán se despidió educadamente, y eso que no había ido al colegio, y se marchó.